Tuesday, August 15, 2006

Biografía de J L Borges


Borges. Una vida. Edwin Williamson, Ed. Seix Barral; Barcelona, 2006

En diálogo, Jorge Luis Borges y Osvaldo Ferrari.
Siglo XXI Editores; México, 2006



Federico Campbell

Como en toda obra de creación, en la biografía también el autor enfatiza o atenúa ciertos aspectos de su personaje aunque no se lo proponga metodológicamente. La suya es una inclinación inconsciente. Y la de Edwin Williamson tiende a acentuar la vida literaria de Jorge Luis Borges, acaso porque en el argentino —como en Kafka— todo era literatura y no fue por lo demás un hombre de acción ni de hazañas espectaculares desde el punto de vista social, político o romántico. La literatura lo habitaba. Era algo que Borges llevaba de manera natural.
Es muy importante ese énfasis en lo literario porque el biógrafo de escritores puede caer, como todo biógrafo, en la tentación de dejar la literatura por un lado y subrayar, por ejemplo, la vida sexual de su biografiado. Por otra parte, ya lo sabíamos y Williamson lo reafirma y documenta, Borges no fue un escritor meramente verbal. Su obra no estuvo nunca disociada de su experiencia vital. “Volcaba sus emociones en sus textos, pero el proceso de escribir le permitía adquirir cierta distancia de experiencias que a menudo lo habían hecho sufrir.”
En gran medida, piensa el que es uno de los mejores críticos ingleses de la literatura latinoamericana, Borges concebía la creación literaria como un proceso de autorrealización y, de hecho, “hay cierta dimensión autobiográfica en sus textos donde sondea e interroga constantemente su propia realidad psicológica. A la larga, escribir le ofreció una salida a sus conflictos”.
Para Williamson, una biografía no tiene la pretensión de dilucidar los misterios de la invención artística. Sí se justifica, en cambio, cuando se esfuerza por evaluar las posibles correspondencias entre texto literario y contexto personal para definir la ideosincracia del estilo y la temática del escritor.
Del curriculum eroticus de Borges tal vez la historia que más le importó como desencuentro amoroso es la que se cuenta en el capítulo 10, titulada “Rechazo” y que se fecha entre 1926 y 1927 y tiene que ver con Norah Lange. Este pasaje de la biografía constituye una novela corta en sí mismo pues el triángulo que se completa con el rival, el poeta Oliverio Girondo, ilustra muy bien y dramatiza la congoja de Borges al verse repudiado en su cortejo cuando Norah opta por Girondo, un escritor, además, no ajeno a las involuntarias competencias literarias del lugar y la época. No se iba Norah con un desconocido. Se iba con alguien del propio gremio que no carecía de prestigio.
Está prácticamente todo en esta prácticamente exhaustiva biografía, desde le contexto histórico que se finca en los capítulos iniciales con una sucinta y amena historia del país, desde la dictadura de Rosas, y la relación con esa historia del abuelo de Borges que muere en combate abatido por las primera balas que se dispararan en la Argentina con un rifle Remington.
Son muchos los enlaces entre vida y obra que Williamson va pespunteando a lo largo de la obra. Sin embargo, acaso el más significativo es el que tiene que ver con la figura del padre. Si alguna vez alguien sintió que hacía falta un estudio sobre el padre de Borges, o sobre la relación de Borges con su padre, las páginas dedicadas a esta relación cubren esa oquedad. ¿Por qué? Porque allí está la posible semilla de su vocación literaria.
El padre de Borges, víctima también de la ceguera y que lo llevó a un viaje de años por importantes ciudades europeas, fue autor de una novela, El caudillo, que nunca lo satisfizo, nunca le dio pena ni gloria, pero que guardó siempre como una obra in progress, un libro que habría de pulir y terminar su hijo el escritor Jorge Luis Borges.
El cumplimento de aquel deseo paterno se encuentra en “El Congreso”, novela cortísima o long short story, que aparece en El libro de arena en 1971. No pocas referencias patriarcales se encuentran en los paralelos que se tienden entre “El Congreso” y El caudillo. El ruego del padre de que reescribiera esta novela implicaba que “el hijo lo salvara del fracaso literario, y la obligación de redimir a su padre habría resultando en la frustración de la imaginación creativa de Borges”.
Para quien aún sufra la sensación de fracaso como escritor es muy reconfortante ver cómo uno de los grandes autores de nuestra lengua o de cualquier lengua, alguien que no se sabe qué tomó del inglés para enriquecer el español, conoció más de una vez la experiencia aniquilante del fracaso. Los escritores eran los otros. No él. Se hizo a un lado, anuló su propia personalidad, y en vez de inventar por su cuenta, como Pierre Menard, se puso a reescribir el Quijote con las mimas palabras. Pero al rescribirlo con otras palabras, una vez que dio con su propia voz, redondeó una de las obras más originales y perdurables de la literatura universal.


Habla y escritura

La edición definitiva del diálogo que sostuvieron en la radio, semana a semana, Jorge Luis Borges y Osvaldo Ferrari a partir de 1984, dos años antes de la muerte del escritor, permite seguir ese extraño fenómeno de homologación entre habla y escritura. Porque Borges dio más de mil entrevistas a lo largo de su vida, sobre todo cuando la ceguera se hizo total, hacia 1955, y para él “dialogar era una forma indirecta de escribir, continuaba escribiendo a través de los diálogos” y, agregaríamos, los textos que dictaba. Cuando hablaba escribía. Así lo admite, de manera implícita, cuando en la primera sesión reconoce que “la palabra escrita no difiere tanto de la palabra oral”. Betriz Sarlo dijo, cuando estuvo entre nosotros hace unos meses, que muy probablemente a Borges se le conoce más por sus entrevistas que por sus libros.
Están allí, pues, en esta continuada interlocución entre dos mentalidades literarias, muchas de las ideas que conocemos de Borges pero expuestas de otro modo. Constatamos lo mucho que sabía de la memoria cuando la identifica, pongamos por caso, con la identidad personal. Son sutilezas suyas las que distinguen entre el olvido creativo y la memoria creativa que asimila a la ficción. De pronto revela matices de las relaciones interpersonales y de los malentendidos de la memoria que sólo hasta ahora ha venido a confirmar la neurofisiología moderna.
El laberinto, los abominables espejos, los tigres, las espadas, las peleas entre cuchilleros, van y vuelven como temas “porque yo tengo pocas ideas, y siempre las expreso varias veces”.
Borgesianos nos volvemos, dice Harold Bloom, si leemos a Borges con frecuencia y fruición, porque al leerlo se activa una conciencia de la literatura que él ha desarrollado más que ninguno.



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