Thursday, September 21, 2006

Borges y la ficción policiaca

Como a Alfonso Reyes y André Gide, a Jorge Luis Borges le encantaban las novelas policiacas. Veía en ellas el último refugio del placer intelectual: un mundo sólo concebible en la soledad del silencio y la paz interior que promueve la lectura. También veía en ese género seductor un segundo aire de la pareja narrativa en la literatura narrativa: la interlocución que da marcha a la acción en la novela de Cervantes, por ejemplo, clásicamente en El Quijote. Se requiere de dos voces para ir estableciendo el conflicto. Un personaje dice sí; el otro, contesta no. Y así se va tendiendo cierta tensión.
Según Borges, Edgar Allan Poe fija ciertas leyes dentro del cuento policial que han sido seguidas por los continuadores más famosos, como Arthur Conan Doyle, creador de Sherlock Hlmes. Lo que importa, dice Borges, es la amistad de los dos personajes, y su relación: una relación entre una persona que se supone muy inteligente y otra, el doctor Watson, casi profesionalmente boba.
Alguna vez, el gran escritor argentino intentó el género policial, aunque no se sentía “demasiado orgulloso” de lo que había escrito. Tuvo siempre la sospecha de haber remitido lo policiaco a un terreno simbólico que, decía, “no sé si cuadra”. Escribió “La muerte y la brújula” y un volumen de relatos compartiendo la autoría y el pseudónimo con Adolfo Bioy Casares: Cuentos de H. Bustos Domecq. (Bustos era el apellido materno del padre de Borges.) Y si por otra parte no redactó cuentos policiacos propiamente dichos, sí aventuró una parodia de relato policiaco en el tono y el desenvolvimiento de no pocos de sus cuentos más efectivos, como “La intrusa” (en El informe de Brodie) que si no es policiaco sí es criminal.
Se sabe asimismo que Bioy y Borges concibieron y enlistaron los títulos que dieron cuerpo a la colección del Séptimo Círculo (de novelas policiacas) en la editorial Emecé de Buenos Aires en la que se educó toda una generación de lectores latinoamericanos amantes del género. Pero más que lectores, se formaron también quienes aspiraban a llegar a escribir una novela algún día o a componer un guión cinematográfico, porque en la novela policial se preservan los canones clásicos de la composición dramática y se teje, siempre, una trama tan interesante como un crimen.
Cuando en 1978 Borges dio aquella serie de conferencias en la Universidad de Belgrano, y que luego se reunieron en su libro Borges oral, trató el tema del cuento judicial.
En su propia obra, como decíamos, Borges se había acercado al género, así fuera de forma simbólica, como solía decir, y utilizando hasta cierto punto el tono o el esquema convencional (o mejor: clásico) de la novela detectivesca, como si ejecutara una parodia de novela policiaca.
Se vio esa irresistible tentación de Borges al acometer la confección de, por ejemplo, “El acercamiento a Almotásim” y “La muerte y la brújula”. El primero “no es un relato detectivesco, pues el crimen jamás se soluciona; sí es un experimento exquisitamente planeado, pues la deducción intelectiva se compara al camino ascético de la revelación”, dice Ilán Stavans.
Pero lo que Borges tenía que decir sobre el género policiaco está más bien en su conferencia transcrita de Belgrano: dice allí que la novela policial no necesita defensa:
“Leída con cierto desdén ahora, está salvando el orden en una época de desorden.”
Y es que en nuestro tiempo, piensa Borges, la literatura tiende a lo caótico. Es muy fácil hacer versos libres y antinovelas, intentar improvisaciones novedosas o superficiales. Sin embargo, en este caos “hay algo que, humildemente, ha mantenido las virtudes clásicas: el cuento policiaco, ya que no se entiende sin principio, sin medio y sin fin”.
Borges reivindica el valor y la dificultad de la trama y nos recuerda que se ha olvidado el origen intelectual del relato policial (un invento de Edgar Allan Poe).
Poe no sólo concibió, como quien imagina una operación matemática, el cuento policial: también creó un nuevo tipo de lector: el que bucea en el texto de la ficción policiaca.
Podemos pensar –dice Borges— que los argumentos de Poe son tan tenues que parecen transparentes. Lo son para nosotros que ya los conocemos, pero no para los primeros lectores de ficciones policiales; no estaban educados como nosotros, no eran una invención de Poe como lo somos nosotros. Nosotros, al leer una novela policial, somos una invención de Edgar Allan Poe.
El primer detective en la historia de la literatura, el caballero Auguste Dupin, es también un invención de Poe en “Los crímenes de la Rue Morgue”, con el que Poe inaugura el misterio de la pieza cerrada con llave.
El narrador, degustando un bocadillo de la inteligencia, recorre en la noche las calles desiertas, empedradas y mojadas de París, acompañando a Auguste Dupin (en el que se desdobla) y en busca del infinito azul que sólo da una ciudad cuando duerme: la sensación al mismo tiempo de lo multitudinario y la soledad, que estimulan el pensamiento.
También sentía Borges que el género policiaco es épico y, además, lógico. Si en una novela psicológica se admite cualquier extravagancia, en el cuento policiaco lo que predomina es el rigor lógico porque es un relato intelectual que tiene principio, medio y fin, y en el que nada es inexplicable.

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