Sunday, November 12, 2006

En Borges el habla se homologa a la escritura

Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
JLB, Poema de los dones

Queremos escribir sobre esa extraña transmutación del habla en escritura cuando un entrevistado como Jorge Luis Borges habla como si estuviera escribiendo. Le hicieron mil entrevistas a lo largo de su vida, sobre todo a partir de los años en los que empieza a quedarse ciego, hacia 1955. Si no ve para escribir, Borges elabora el cuento o el poema en la cabeza y después lo dicta. Trabajaba con “borradores mentales”. En otras ocasiones piensa conversando y es tal su juego verbal y su concisión que deja la impresión de haber escrito no en el viento, como Bob Dylan, sino en las mismas planchas de bronce de las que hablaba Horacio.
El autor de Historia universal de la infamia estaba convencido de que los antiguos “no profesaban nuestro culto a los libros”, lo cual no dejaba de extrañarle: “Veían en el libro un sucedáneo de la palabra oral. Scripta maner verba volat no significa que la palabra oral sea efímera, sino que la palabra escrita es algo duradero y muerto. En cambio, la palabra oral tiene algo de alado, de liviano; alado y sagrado, como dio Platón.”
El Borges de las entrevistas —nos acaba de contar Beatriz Sarlo en una conferencia— encuentra su fama más alta en el mercado periodístico pues, ya hacia mediados de los años 50, el prestigio literario se refrendaba en los medios impresos de tirajes masivos y no sólo, como antes, en el gremio de los escritores. Y es muy posible que el Borges más leído sea el de las entrevistas y no el de sus libros escritos.
Sea como sea o haya sido, el caso es que por soledad o por necesidad de comunicación con el otro (y también por alegría), el escritor argentino empieza a encontrar en la interlocución periodística una manera de armar frases en el aire, de atrapar sus ideas y de verbalizarlas de inmediato, hasta igualar lo que en la soledad el escritor vidente conseguía con la pluma y el papel.
Martín Müller llegó a escribir que la ceguera de Borges le impide leer y escribir. “Pero su memoria, su instinto de la forma y capacidad de improvisación le permiten dictar como si escribiera. Hay, sin embargo, diferencias y similitudes entre el Borges que habla y el que escribe. En ambos discursos encontramos la misma hondura, la misma calidad imaginativa y riqueza de ideas, la misma belleza y sencillez de expresión.”
Perdió la vista pero no la clarividencia.
Hay una diferencia muy sutil entre el Borges anterior a la ceguera y el posterior. Emir Rodríguez Monegal capta este cambio de matiz o, quizás, de intensidad estilística.
“Poco a poco, de las ruinas del escritor que todos conocían como Borges, un viejo bardo fue emergiendo. Sus simpatías y diferencias, sus debilidades y hasta sus manías, estaban todas allí pero el tono era menos ríspido y agresivo. Borges se suavizaba sin perder la garra. El viejo escritor asumió al fin la máscara del poeta ciego.”
“Ahora oigo lo que leo y dicto lo que escribo”, dice cuando la ceguera ya no lo deja leer ni escribir.
Una entrevista es el encuentro de dos inteligencias, dos mundos en interacción, dos sensibilidades, dos estados de ánimo, dos percepciones del mundo diferentes, y lo que a uno se le podría ocurrir por su cuenta en la soledad del flujo interior de la conciencia resulta distinto cuando se produce entre dos interlocutores. Tal vez el río del pensamiento no se iría por el mismo rumbo si no estuviera allí enfrente el entrevistador. Y fueron tantas y tan frecuentes las entrevistas de Borges que llegó a considerarlas un nuevo género literario, porque la transcripción tenía que corregirse y editarse.
“Como lo que usted tiene hasta ahora es sólo el resultado de una charla improvisada, tendremos que trabajar hasta convertirla en texto”, le decía a Jaime Alazraki.
La mayor parte de esas entrevistas han sido rescatadas en volúmenes como Diálogos, de Osvaldo Ferrari (que acaba de reeditar Siglo XXI aquí en México); Borges el memorioso, conversaciones con Antonio Carrizo (FCE, 1983); Entrevistas de Georges Charbonier con Jorge Luis Borges; Borges-Bioy, confesiones, confesiones, de Rodolfo Braceli. Por otra parte, Pilar Bravo y Mario Paoletti, han armado un Borges verbal, una suerte de diccionario de más de seiscientas definiciones que aventuró el escritor en declaraciones y reportajes.
Y así, a lo largo de sus últimas décadas en este mundo, el habla de Borges se homologa a su escritura. Pero no sólo a partir de la entrevista. También como transcripciones de conferencias en las que se preserva la frescura de su palabra a fin de que el lector pueda tener acceso a la misma emoción estética que tuvieron sus oyentes. Borges deja atrás su natural timidez y empieza a improvisar las charlas que obviamente no escribía de antemano porque no las iba a poder leer. La ceguera no lo hunde; la asume como un destino que habrá de incorporar creativamente a su obra. En un libro como Borges oral, cinco conferencias entre las que destacan sus disertaciones sobre el tiempo y sobre el cuento policial, divulgaba y hacía amar a través de la palabra hablada los temas que más atareaban su pensamiento.
En un libro que no ha circulado mucho en México, Borges en la Escuela Freudiana de Buenos Aires (Buenos Aires, 1993), la oralidad de Borges llega a tal refinamiento que prácticamente los editores trasladaron casi sin cambios sus palabras a la letra impresa. Los psicoanalistas recibieron al poeta el 19 de septiembre de 1980 y le sugirieron que hablara de “los sueños y la poesía”. ¿Qué tema podría resultar más atractivo para los descifradores profesionales de sueños? En una segunda visita Borges disertó sobre Baruch Spinoza y finalmente sobre “el poeta y la escritura”.
La experiencia resultó memorable. La seguridad intelectual de Borges hacía impensable la posibilidad de que se sintiera intimidado entre los especialistas. Conocieron allí los espectadores u oyentes, en las exposiciones de Borges, una escritura viva apenas distinguible de la oralidad común y corriente: un habla perfecta, un pensamiento literario que consideraba al sueño como una actividad estética, el sueño como la primera experiencia del hombre en el reino de la ficción, la primera forma del drama con varios personajes.
La escritura estaba siendo representada en el recinto de los psicoanalistas que la oían como si la estuvieran leyendo y, entre otras cosas, Borges les decía que los recuerdos que espontáneamente nos vienen a la cabeza comparecen —como en el psicoanálisis— por su componente emocional.
Y le oyeron decir o escribir que “a la larga, todos los seres son memoria, no solamente los seres de carne y hueso, sino los de la literatura también. Nosotros mismos seremos tan irreales o tan reales como personajes literarios después de nuestra muerte”.
Por sus ideas recurrentes, se advierte que —como todos los escritores y todos los seres humanos— Borges tenía un número finito de temas y obsesiones, con otras palabras, con nuevos enfoques, en otros con textos, pero los mismos. La memoria, la otredad, la manera de vivirnos como personajes en este teatro mundial que es una ilusión, lo hermanan a Luigi Pirandello y a Calderón de la Barca.
No construye teorías sobre los sueños, y acaso eso agradó a los psicoteraupeutas que lo escuchaban. No tuvo el mal gusto de ponerse teórico. Hablaba desde la humildad de la literatura, tocando un verdad más profunda, pero nunca proclamando que es cierto esto o aquello.
“Los sueños pueden corresponder a la mente primitiva.” No usamos razonamientos, pero sí estamos urdiendo fábulas, mitos, y el hecho de que sean disparatados no importa.
Si yo cuento un sueño ya estoy modificándolo. Al exponer la memoria del sueño le rompemos su tiempo o su no tiempo natural porque lo hacemos sucesivamente. Vivimos en lo sucesivo del tiempo, pero no soñamos según ese tipo de progresión sucesiva.
Cuando soñamos estamos en la eternidad. Al despertarnos le damos una forma sucesiva a todo.
Borges pensaba que lo importante del arte es conmover, no persuadir. Curiosamente, ningún cuento de Borges resulta tan conmovedor como una de sus conferencias, la que dedica a la ceguera (que “no es una total desventura”) en Siete noches. Decía que todo escritor debe pensar que cuanto le ocurre es un instrumento. “Todo lo que le pasa, incluso las humillaciones, los bochornos, las desventuras, todo eso le ha sido dado como arcilla, como material para su arte." Todas esas cosas habrá de transmutarlas el artista.
"La ceguera es un don."

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